19 feb 2018

Pequeños asesinos camorristas


Son niños, quinceañeros, traficantes de drogas, extorsionadores y asesinos. De eso va La banda de los niños de Roberto Saviano.

“Tenían el rostro de los niños que ya lo saben todo, hablaban de sexo y armas: ningún adulto, desde que los habían parido, nunca habían creído que hubiera verdades, hechos y comportamientos inadecuados para sus oídos. En Nápoles no hay vías de crecimiento: se nace ya en la realidad, dentro, no la descubres poco a poco”. Y ese Nápoles es el de la Camorra.

Los protagonistas son once jóvenes que quieren llegar a ser alguien, dueños de sus vidas y “negocios”. No les importa el medio. Asumen su muerte y la de los demás.

El dinero, la apariencia, la ostentación es su vida y en el caso de Nicolas, alias Marajá, el poder. Nicolas no duda en usar la violencia más extrema para infundir miedo y lograr sus fines, incluso, si es necesario, sobre sus amigos.

Los ciclomotores, las armas y el desprecio a la muerte son sus herramientas de “trabajo”. Se drogan o juegan a la PlayStation.

Los límites de su deambular los marca el barrio - en este caso el de Forcella, uno de los más peligrosos de Nápoles: “Pero aquel era su barrio y todo su mundo, así que mejor hacer que les gustara aun a costa de negar la evidencia. Era una cuestión de pertenencia. La pertenencia es un rellano. La pertenencia es una calle, y las calles se convierten en el único espacio posible donde vivir”.

Sus referencias son algunas películas o series como American Sniper, Twilight o Breaking Bad y como modelo les sirve el actor Ray Liotta en sus personajes de mafioso. Nicolas Fiorillo, que ejerce como jefe de la banda, bebe de El Príncipe: “Para mandar, la gente te debe reconocer, se tiene que inclinar, tiene que entender que tú estarás siempre. La gente tiene que temernos, ellos a nosotros, y no nosotros a ellos –concluyó Nicolas, parafraseando las páginas de Maquiavelo que tenía bien grabadas en la memoria”. Ese es su bagaje cultural.

La violencia, la Camorra, forma parte de Nápoles y a nadie extraña que los más jóvenes se introduzcan en ella. Es lo normal. ¿Lo es? Pues sí.

Hace años ya se detectaron grupos de jóvenes, como los protagonistas de La banda de los niños, convertidos en sicarios que atemorizan las calles napolitanas. En el año 2015 estimaban que ese “ejército” estaba integrado por unos 2.000 jóvenes. Las informaciones periodísticas les atribuyen unos comportamientos muy similares a los descritos en la novela. Al parecer Saviano no ha tenido que imaginar nada, con la constatación de la realidad le sobró.

La mafia, en sus diversas variedades, continúa formando parte de la vida italiana. Su penetración en todos los niveles sociales, económicos o religiosos no ha disminuido, tal vez lo hagan de forma más disimulada pero siguen estando ahí. El sur de Italia es su paraíso.

La política italiana está mediatizada por la Camorra, la Cosa Nostra, La ´Ndrangheta o  la Sacra Corona Unita y por ello no forma parte del debate político. Da igual que sea período electoral o no, los políticos se acogen a la omertá.

La novela es sencilla. La acción es lo importante. La crueldad de los actos, la simplicidad de la violencia y de la vida de estos “baby killers”  - así los han denominado también en la vida real –  es la novela en sí.

Las informaciones periodísticas y las películas ya nos acercaron a esta terrible realidad que narra Saviano. No me sorprendió. Me parece que le falta profundidad a la hora de describir la situación y los personajes. No sé, tal vez pueda ser algo buscado a propósito por el autor. La violencia es básica, los instintos son básicos. Me faltó algo más. Esa sociedad mafiosa, esos jóvenes violentos creo que necesitaban un puntito de sal.

Se lee rápido y me entretuvo, sin más. No me hagan caso, léanla. Háganse su propia opinión. La podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.

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