Anda extraviado. Unos cascos le
aíslan un poco más. De vez en cuando mira el móvil. Levanta la cabeza, observa
el entorno y no pestañea. Su cara parece una máscara enfadada. No demuestra el
menor interés por lo que hay a su alrededor.
Estamos en el Parque Nacional de
Timanfaya, en Lanzarote. El autobús que adentra a los turistas por ese espectáculo
natural no motiva en absoluto al joven alemán. Sus padres delatan su
nacionalidad. El extraviado tendrá unos quince o dieciséis años. Seguro que
tiene un mundo interior muy rico.
Timanfaya me parece espectacular.
No conozco nada igual. Lo que hoy vemos son los resultados más visibles de las
erupciones del siglo XVII y XVIII. No se trata de un solo volcán, son más de
veinticinco. Alguno conserva su cono en muy buen estado.
Hay personas, las conozco, a las que
no les gusta nada esta isla. La aridez les horroriza. A mí me encanta. Resulta
imposible abstraerse y no pensar en películas de ciencia ficción espacial.
Las lenguas de lava que llegaron
hasta el mar son preciosas. Las “montañas” peladas o con una incipiente
vegetación me cautivan. Parece imposible que nada puede sobrevivir en esos
terrenos y, sin embargo, ahí están, dando su punto de color verde y amarillo en
un mar de marrones, ocres, rojizos, negros. Especies arbustivas como la tabaiba
o el verode se están haciendo con su espacio en las zonas volcánicas más
antiguas, en la más recientes son los líquenes y briofitos los colonizadores.
Deseaba conocer esta isla, hace
ya mucho tiempo, por tres motivos: el Timanfaya, el original cultivo de la vid
y, cómo no, por la obra de César Manrique. Hoy, tras el paso de los años y las
visitas, me siguen pareciendo tres buenos motivos para seguir visitándola.
Por un lado la obra de la
naturaleza en Timanfaya, en toda la isla; por otro la labor de adaptación del
hombre a un espacio hostil y lograr sacarle partido y por último, pero no menos
importante, la visión de una persona: César Manrique. En unos momentos en los
que hablar de desarrollo sostenible, preservación de la naturaleza, etc., etc.
era cuando menos raro, Manrique logró llevar sus planteamientos a la práctica.
Su empeño, y el de otras personas que le apoyaron, hicieron posible que la isla
no haya sido arrasada como otras.
Lanzarote mantendrá ese encanto
especial en tanto no se deje llevar por la desmesura inmobiliaria. Antes de
cometer locuras - espero que no les ataque el mal de la avaricia extrema - tal vez piensen un momento en César Manrique y
en José Saramago.
Lanzarote, la isla de los volcanes y de César Manrique by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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